A esta edad, al niño todavía le gusta quedarse todo el tiempo con sus papás. Si no los ve, los echa mucho de menos. Por eso, busca los objetos que ellos usan e imita lo que hacen cuando juega al “imagínate que”. Este juego consiste en que el niño utiliza algún objeto imaginando que es otra cosa. Por ejemplo, toma un trozo de madera y juega como si fuera un camión o toma un muñeco y habla
con él como si fuera alguien de la familia.
El niño quiere hacer todo solito, hasta aquello que no puede. El juego de “imagínate que” le permite hacer jugando lo que no puede hacer de verdad y aprende a reconocer y a aceptar sus límites y la ausencia de sus papás.
Para jugar al “imagínate que”, aún necesita los propios objetos o juguetes que se parezcan a esos objetos. Las personas de la familia le pueden hacer juguetes, como muñecas, sartenes, ollas, muebles, carritos, tambor. Es necesario también jugar con él, pues todavía le gusta jugar con los adultos.
A esta edad, el niño pregunta el nombre de todo, pues descubre que cada cosa tiene su nombre. Saber el nombre de las cosas le ayuda a pensar en objetos que no ve. En otras palabras, si dice “pelota”, sabe de qué está hablando, sin necesidad de ver la pelota.
Si las personas de la familia tienen el hábito de platicar con el niño y escuchar lo que quiere decir, aprende a hablar cada vez mejor, usando frases con más palabras como: “¡Mira el perro bonito, papá!”
Puede aprender oraciones cortas y a rezar con la familia a la hora de comer, antes de dormir o al despertarse. También puede aprender su nombre y el nombre de sus papás y de sus hermanos.
Ya consigue prestar atención durante más tiempo. Sus papás, abuelos y tíos pueden contarle cosas de la familia, historias de la Biblia o de revistas.
Estas actividades le interesan y desarrollan su lenguaje y pensamiento. Aprende también en los dibujos, en las fotos y viendo palabras escritas.
Se interesa en otro tipo de lenguaje: el dibujo. Descubre que ciertos materiales como el lápiz, el yeso, trozos de piedra, ladrillo, etc. dejan marcas en el papel o en el suelo. Entonces empieza a dibujar.
Ya tiene habilidad para agarrar y jugar con cosas más pequeñas y permanece más tiempo en una actividad. Sus papás le pueden dar recipientes y cajas para jugar, aprovechando para enseñarle los tamaños, formas, colores y a contar cuántos son.
No le gusta que se burlen de él cuando llora, siente miedo o no consigue hacer algo. Necesita sentir que es comprendido.
Platicar y pedirle que cuente por qué está triste o contento le ayuda a conocer sus sentimientos y a entender también lo que sienten las otras personas. Le encanta ser abrazado, besado, y que sus papás lo levanten en brazos, sobre todo cuando nace un hermanito o hermanita.
Le gusta más jugar con otros niños, pero todavía se pelea por los juguetes, porque piensa que todo es suyo. Dice “es mío” o “es mía” y se enoja cuando no consigue lo que quiere. La mejor manera de ayudarlo a aceptar sus límites es platicar con él e intentar convencerlo para que cambie su modo de actuar.
Necesita espacio, pues está siempre en movimiento. Sube y baja de las cosas que son bajitas, salta con los dos pies al mismo tiempo. También le gusta pasear con la familia, jugar en el patio de la casa o en la calle con otros niños.
Hay que vigilar que el niño no salga solo a la calle. Cuando los papás salen con él, deben darle la mano y colocarlo del lado donde no pasan carros, motos o camionetas para evitar accidentes.
El niño ya ha aprendido a hacer muchas cosas y ahora quiere mostrar que tiene voluntad propia. Por eso, dice “no” a casi todo. Sus respuestas predilectas son “no quiero”, “no voy”. También es curioso, pregunta mucho, quiere tocarlo todo e ir de un lado a otro. Ante estas situaciones, es fácil que los adultos pierdan la paciencia.
Pero el niño necesita reconocer límites y aprender que hay ciertas cosas que no debe tocar, pues se puede lastimar, porque las puede romper o porque son de otra persona.
El adulto debe explicarle, con calma y firmeza, pero sin violencia, lo que puede y lo que no puede hacer.
El niño que aprende siendo golpeado, también aprende a golpear y a pegar. Una paliza es violencia y es la muestra de que el adulto ha perdido el control de la situación.
También son formas de violencia: no cuidar al niño, no atenderlo cuando llora, no platicar con él, asustarlo, amenazarlo. Un niño desatendido, que sufre abuso sexual o que es agredido, pierde la confianza en las personas, es muy tímido, muy callado o agresivo. Un niño criado con violencia aprende a ser violento.
La mayor parte de las agresiones contra un niño ocurren dentro de la casa y son practicadas por personas de la familia. Algunas veces la violencia aparece porque la familia está pasando por un momento difícil; otras veces, porque se pone muy inquieto y rebelde porque no tiene oportunidad de jugar o porque no recibe atención.
En cada familia, en cada comunidad, las personas tienen, antes que nada, el deber de buscar juntas, con diálogo, las soluciones para proteger a los niños y las niñas de cualquier tipo de violencia. Pero en los casos muy graves de abusos o malos tratos, hay que avisar al juzgado de Niñez y Adolescencia o a cualquier otro servicio público de protección a la infancia.
Educa a tu hijo o hija a través del diálogo, del cariño y del apoyo y, ¡ten cuidado!: quien castiga para enseñar está enseñando a castigar.
4º mandamiento para lograr la paz en la familia
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